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domingo, 6 de marzo de 2022

Turno 1

 

Capítulo I

Graznidos de Cuervos

 

Bardin Goreksson llevaba toda la noche despierto vigilando la llanura que se extendía frente a la Puerta Este desde lo alto de su bastión. Todo estaba tranquilo, silencioso, las montañas se desperezaban con los primeros rayos del sol que iban resbalando por las laderas de los ocho colosos que le daban nombre a la fortaleza.

Golpeó con las botas la piedra del suelo para espantar el entumecimiento provocado por la larga vigilia y el frío reinante en el segundo mes del año. Inspiró profundamente llenando los pulmones de gélido aire para poco a poco ir soltándolo. El frío le hacía sentir vivo.

Algo le pasó volando sobre su cabeza, un pájaro, un cuervo. El pájaro de plumas negras se posó en un saliente rocoso cercano, plumas negras, pico negro, ojos negros. Goreksson era un guerrero de su clan, durante décadas había luchado y sobrevivido a lo largo de las montañas que dividían el Viejo Mundo, Orcos, Skavens y otras alimañas habían probado el filo de su hacha, y no pocas cicatrices surcaban su curtida piel. Su experiencia le había enseñado que muchos festines de buitres habían comenzado con un simple graznido de un cuervo.

Los cuervos acompañaban de forma inseparable a los ejércitos, criaturas oportunistas, que no desaprovechaban la oportunidad de alimentarse de la fría carne de los cadáveres… o de los moribundos. Miró al pájaro deseando que permaneciese en silencio. Durante unos instantes el mundo parecía haberse parado, el silencio solo se veía alterado por el ulular del viento frío que descendía desde las blancas cumbres cubiertas con nieve. El cuervo inclinó la cabeza y Goreksson de manera instintiva la inclinó también mirando los ojos negros de la criatura que parecían destilar una maligna inteligencia. El ave alzó la cabeza y emitió un único y sonoro graznido que resonó en un interminable eco amplificado por las frías paredes rocosas de las montañas.

Goreksson respiró profundamente de nuevo, cerró los ojos y poco a poco los fue abriendo mientras fijaba su mirada en el lejano paso de montaña, sobre el cielo un pequeño jirón negro se movía en círculos sobre un punto, sabía perfectamente que era una bandada de aquellos pajarracos negros que no presagiaban nada bueno, y de nuevo pensó – muchos festines de buitres comienzan con un simple graznido de cuervo…